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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Carta a un alumno



Te veo ahí sentado en mi clase, con la mirada perdida a mitad de camino entre tu libro y la pizarra, mirando lo que escribo pero sin prestar atención ni copiarlo en tu libreta, captando frases sueltas de la explicación mientras tu lenguaje corporal hace todo lo que está en su mano por dejar patente el desinterés hacia la clase, la materia, el profesor, el instituto...

El Instituto es nuestra cárcel”, os oigo decir por los pasillos, y no puedo evitar pensar que hay algo de verdad en ello. Os retenemos aquí seis horas al día, treinta horas a la semana, además de las horas que, en casa, deberíais dedicar a repasar, hacer ejercicios, estudiar, ampliar... Si falta un profesor, enseguida viene otro a poner orden, a mandar y ordenar, a juzgar vuestro comportamiento. Si faltáis vosotros, os preguntamos por qué, os exigimos una justificación de vuestros padres, llamamos a casa. Cercenamos cualquier asomo de libertad en cuanto asoma la cabeza, queremos teneros controlados. Os tratamos, en 4º de ESO, cuando algunos ya casi estáis en edad de votar o de conducir, como si estuvierais en una guardería.

¿No lo entendéis? Estáis en una guardería. Ésa, y no otra, es la principal función de la Escuela hoy en día.

Deberías protestar. En serio. Vuestros profesores deberían concentrarse en enseñar, en transmitiros no sólo su conocimiento, sino su habilidad para adquirirlo. No deberían estar pendientes de otra cosa que de vuestro aprendizaje. En ello va vuestro futuro. Pero no pueden, se pasan el día pendientes de los partes, de las faltas, de las guardias, de ordenar... Tampoco es culpa suya. Piénsalo. La elección es muy fácil: entre dar clase o gritar, poner partes, mandar callar, etc, la elección es muy clara. Todos tus profesores preferirían pasar las horas dando clase, hablando sobre su materia (se especializaron en ella, pasaron una carrera universitaria de al menos cuatro años estudiando esa materia, ¡les encanta!) que un solo minuto poniendo orden en una clase. ¿Por qué no lo hacen?

Te veo ahí, sentado, con el libro cerrado y el bolígrafo sobre la mesa. Estoy explicando algo crucial, una de las bases sobre las que se sustenta la materia completa (no la asignatura, no: la materia, la ciencia, la disciplina, el conocimiento) y no estás prestando atención. Uso el cebo del examen para atraparte: “esto entrará seguro en el examen final, contará al menos dos puntos”, y por un momento miras hacia la pizarra. Sé que sabes que los exámenes son importantes. Tener el título pasa por aprobar los exámenes, continuar hacia delante pasa por tener el título, poder elegir tu futuro pasa por continuar hacia delante. Ojalá entendieras esto último, y no lo del examen. No te estoy enseñando esto para que apruebes, ni siquiera para que te lo aprendas. Te lo estoy contando para que veas de qué va el mundo, qué es lo que se ha hecho en él antes de que llegaras y cuáles son las opciones que tendrás, las herramientas de las que dispondrás, los límites a los que tendrás que ceñirte o de qué manera podrás avanzar.

De repente, un día, preguntas por tus opciones. Quieres hacer Bachillerato, ir a la Universidad. Me echo a temblar: sé que no estás preparado, sé que no te has entrenado suficiente, que confías demasiado en que, llegado el momento, serás capaz de apretar, estudiar, sacar adelante lo que sea que te echen. Pero no es cierto, ya no lo es. Eso se lo decíamos a tus padres hace dos o tres años para motivarte: “Es muy inteligente, si quisiera, podría, pero es que es muy vago, muy flojo, no hace nada...” Aún ahora se lo decimos a algunos: “Si tú quisieras, si te esforzaras más, pero lo que pasa es que no haces lo suficiente...” Mentira. Para muchos ya es tarde. Nunca podrán. Ya no serán niños, ya no tendrán la predisposición mental. Intenta enseñar a un cachorrillo a dar la pata. Intenta enseñárselo a un perro ya viejo. Hay un refrán para eso.

Quizá pienses que es culpa de tu profesor. No te presta atención. No sabe dar clase. No se explica bien. No es muy simpático. Sus clases no son divertidas, no te motivan. Sólo sabe sentarse en su mesa y ponerse a hablar de sus cosas, escribir datos, fechas, nombres, teoremas en la pizarra y mandar ejercicios, corregirlos, preguntarte si los has hecho. ¿Los has hecho? ¿Por qué no? No te gusta la asignatura: ¿y qué? ¿Acaso crees que todo lo que vas a aprender en tu vida va a ser divertido e interesante? Diseñar un videojuego, programarlo, probarlo, tiene que ser apasionante, seguro. Pero detrás hay un lenguaje de programación, años aprendiendo y practicando, comprendiendo las relaciones entre las opciones al apretar un botón y las funciones matemáticas, la importancia del sujeto y el predicado o la posición de determinado código en el programa. La mayor parte de los lenguajes de programación, por cierto, están en inglés.

A lo mejor te interesa la Historia, la Literatura, el Arte. Eres de letras. Te entusiasmará, entonces, aprenderte una larga lista de fechas, autores, museos, hallazgos, teorías. Sólo así podrás relacionarlas, si las conoces. Cuando encuentres un objeto del año 85 a.C., querrás saber quién ocupaba esa tierra, quién la gobernaba, qué leyes regían su mundo, qué pensaban acerca de la creación del mundo, cómo era el comercio con otros países. Así podrás explicarte qué diablos hace una vasija egipcia en una tumba celta. Cuando analices la revolución industrial, los movimientos obreros, las guerras mundiales, querrás saber qué adelantos técnicos estaban disponibles, cómo influenciaron, quién se llevó el gato al agua gracias a qué aparato. Cuando leas una obra maestra, cuando mires una pintura, probablemente la apreciarás mejor si sabes quién es el tipo del sombrero. Querrás saber francés, latín, griego.

Algún día firmarás un contrato. Querrás saber leerlo. Querrás saber calcular tus derechos, querrás ser independiente.

¿O de verdad quieres poner ladrillos, cobrar en una tienda, recoger fruta, servir platos? No me interpretes mal, son profesiones muy dignas, pero... tienes dieciséis años: ¿de veras quieres que esa sea tu vida? ¿No sueñas con pilotar un avión, encontrar una energía limpia, diseñar un edificio, defenderte contra las leyes, reescribirlas? ¿Nunca has pensado en realizar un transplante a corazón abierto? ¿En trabajar en una gran empresa, viajar, conocer gente?

Ojalá despertaras, ojalá fueras consciente de ti mismo, de tus propios sueños y posibilidades. Ojalá comprendieras que lo que te estoy ofreciendo es una linterna, un mapa del camino, un libro de instrucciones. Que no soy tu enemigo. Que no puedo ayudarte si tú no quieres. Que es muy cansado llevarte de la mano mientras tú tiras hacia el otro lado.

El año que viene ya no me preocuparás. Tendré otros alumnos. Ojalá despierten.

Ignacio Mancera.

4 comentarios:

  1. Guau...
    Este texto es impresionante.
    Me ha motivado a estudiar y todo...

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  2. Me has motivao... impresionante.
    Intentaré dar lo mejor de mi:)

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Soy profesor en un centro de Málaga, y una compañera entregó este texto a sus alumnos para hablar sobre él. Cuando lo lei pensé que lo había escrito mi compañera por lo mucho que cuadra con la realidad de mi centro.

    Lo de los videojuegos lo digo yo mucho, con esas mismas palabras. Soy profesor de Matemáticas.

    En fin, me ha encantado, y es una prueba de que la problemática del estudiante de secundaria es la misma en todas partes.

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